Recuerdo muy bien que en la casa de mi mamá por estas fechas había todavía recalentado. Ay, ay, ay, pero si ya eran los Santos Inocentes y estaba casi llena la olla de mole de romeritos. Sólo porque a mi mamá le gustaban a todos los hijos nos obligaba a comerlos, lo más horrible era cuando venían visitas a saludarnos y nos endilgaban otra vez el mismo guiso oscuro y pastoso. Había que volverse catador y averiguar a quién le había quedado más feo semejante revoltijo; si a mi mamá o la comadre, y había que ver a quién le habían quedado más saladas las tortas de camarón que coronan este platillo. El guisado de romeritos es también conocido como Revoltijo, este nombre le queda más que ni pintado, porque es eso: un verdadero revoltijo pantanoso de: mole, romeritos, jitomate, nopales y por si no es suficiente tal sinfonía barroca hay que agregarle: tortas de camarón. Pero, si a nadie le gustaban tanto, ¿por qué todas las familias hacen su olla rebosando de mole de romeritos? Claro, no faltaba quién, queriendo acabar a toda costa lo más rápido de su olla saliera de buen samaritano a repartir el esperpéntico guisado.
Uno como todo buen niño, al día siguiente de haberse atragantado con eso lo único que quería comer era cualquier cosa que no fuera la comida tradicional de esa época. La pesadilla continuaba en Año Nuevo y volvían a la carga los recalentados de los vecinos, la madrina o el amigo que no había venido antes a felicitarnos pero que, ¿adivinen qué nos traía para compartir? “Pruébenlos, me quedan bien sabrosos.” ¿Por qué mejor no nos traían buñuelos, capirotada o ya de perdis una buena Ensalada de Nochebuena? No señor, era Día de Reyes y en mi refrigerador seguía la presencia de dicho revoltijo materno e incluso de los ajenos.
Pero lo peor de toda esta historia es que alguna deformación sufrimos cuando nos hacemos adultos, algo sucede en nuestro inconsciente y recreamos en nuestro hogar ese mismo platillo para hacer sufrir ahora a nuestros hijos: Yo también hacía mi olla de romeritos y escribía la misma historia de pesadilla en la memoria de mis hijas. La diferencia es que con el paso del tiempo aprendí que no hay que comprar más de medio kilo de romeritos y entonces el consumo será aproximado para acabarse en un solo día, además que no acostumbro a comerlo en Navidad, sino en Semana Santa, ¿serán los recuerdos del recalentado que quiero evitar?
Año con año, el menú de las fiestas de fin de año se vuelve fiel, se repite, los platillos son ortodoxos, se impone la tradición. Es por eso que en estas épocas la añoranza viene acompañada de sabores familiares, que incluso como el caso que narré puede ir hasta con platillos que no nos fueron gratos, sin embargo nos marcaron indeleblemente.
Independientemente de los recalentados interminables, quiero desearles a todos un Feliz Año lleno de bendiciones, gracias por la dicha de ser.
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Hace 11 años.